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domingo, 31 de marzo de 2013

Capítulo 3: Déjame sola (Mara).


“Si un chico te dice que eres guapa no vale mucho; si te dice hermosa cuando te ve recién levantada échale agua porque sigue soñando.”
Esa frase me la dijo mi padre un día cuando tenía 14 años y aún soñaba con los príncipes azules. Nunca supe si lo decía de verdad o solo quería burlarse de mi imaginación, pero en ese momento me hizo reír mucho.

Cuando desperté me encontraba en mi cama tapada con una sábana y al lado de mi cama vi un papel doblado.

Para la princesa más bella del mundo.

Se podía leer sin desdoblar la hoja. Genial, ahora hasta se confunden de habitación. Pensé mientras me disponía a levantarme para darle a mi compañera la nota. Aunque curiosear un poco no le hará daño a nadie. Me dije para convencerme de que podía leer la nota. Al fin y al cabo se ha equivocado él de habitación, no yo.

Primero deberías comer algo o te volverás a desmayar, y ni tú ni yo queremos que eso ocurra ¿verdad?

Las memorias, de lo que parecía una eternidad, volvieron de repente. Me levanté de sopetón y vi pétalos de flores que unían mi fea cama gris con la blanca puerta. Los seguí y después de salir de la habitación me guiaron hacia la cocina. Le hice caso a la nota y desayuné. Cuando fui a colocar los platos en el lavavajillas vi otra nota.

Ahora deberías ir ha ponerte cómoda.

Me dirigí a mi cuarto y me puse un chándal rojo el cual era mi favorito. En una de las perchas vi otra nota.

Por último asegúrate de coger las llaves antes de salir, y que tengas un buen día, cuando tengas problemas llámame; mi número lo tienes en el móvil.

¿Ya está? Es decir, no hay ninguna otra nota. ¿Se ha acabado tan rápido? Pensé. No podía negar que era de las chicas a las que le gustaban los juegos románticos, así que me entristecía que éste ya se hubiese acabado.
Miré la hora en el reloj de la habitación y me puse nerviosa, me cambié la parte de arriba del chándal y salí corriendo hacia el trabajo. Con mucha suerte llegaré justo a tiempo. Pensé mientras bajaba las escaleras a trompicones.
-Ahhhh.-Grité cuando me tropecé con mi propio pié y me vi en el suelo.
-Deberías de tener cuidado-dijo la voz de la persona que me sujetó,-no vaya a ser que te hagas daño, princesa.
-Graci…-empecé a decir hasta que vi la cara del jefe de los que me habían secuestrado, el dueño de los ojos lapislázuli.- ¿Vuelves a intentar terminar lo que te impidieron esta mañana?
Está subido en una moto negra y lleva un casco colgado del brazo
-Así me gusta, princesita, tú siempre tan mordaz.
-Déjame en paz ¿quieres?-Le digo mientras echo a correr en dirección al trabajo.
-¿Intentas huir de mí corriendo?
-¿Me ves lo suficientemente estúpida para hacerlo?-Le pregunto mientras le miro levantando una ceja.
-No, mi princesita nunca haría eso.
-No soy una princesa y no soy tuya.
-Aún.-Escucho que murmura. Sigue conduciendo a mi velocidad.- ¿A dónde vas?
-No te interesa.
-Y yo que pensaba ofrecerme a llevarte.-Para la moto.
-Está bien.-Le indico la dirección mientras me subo detrás de él.-Y ve rápido que llego tarde.
-Por supuesto.-Le da gas a la moto pero antes de salir disparados se da cuenta de mi mano.- ¿Qué quieres?
-El casco.-Le reclamo.
-No te creas tan importante, el casco no se lo dejo a las chicas hasta la quinta cita.
Me río, pero él me obliga a abrazarle fuerte cuando empieza a conducir como un loco. Noto sus abdominales al agarrarme a él, su cuerpo es lo suficiente grande como para que me proteja del viento.
El viento me revuelve el pelo y la adrenalina sube por mis venas. Llegamos al restaurante familiar dónde trabajo más rápido de lo que me hubiera gustado.
-Gracias por traerme.-Le digo mientras me bajo.-Y espero que no vuelvas por aquí nunca más.-No le doy tiempo para que conteste. Salgo corriendo hacia el restaurante…

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